A pesar de vivir en un mundo globalizado que superó las puertas del siglo XXI y continúa en crecimiento e impactando países en desarrollo, en varias regiones de Colombia las mujeres enfrentan cuadros críticos de discriminación, criadas y rezagadas entre labores domésticas y excluidas de oportunidades laborales o educativas, consecuencia de la cultura machista y de las inefectivas políticas de igualdad de género que propone el gobierno. Los informes anuales del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, entre el año 1999 y 2009, anuncian sobre los avances para eliminar las brechas entre hombres y mujeres, que sobresalen en el sector educativo, sin embargo persiste la discriminación en espacios laborales y participativos en asuntos públicos.
Aunque el panorama inicial no es alentador, en la Costa Atlántica colombiana, donde la discriminación femenina enfrenta altos niveles y el machismo es una manifestación de la cultura popular, Rosa Quiroz, agricultora de la región, es testigo de transformaciones de fondo en la vida rural, de revoluciones simultáneas en múltiples campos (tecnológico, organizacional, empresarial) que han modificado sustancialmente el rol de la mujer campesina, quien se ha adherido con éxito a las oportunidades de progreso, siendo sujeto activo indispensable en el desarrollo de sus comunidades, retomando el papel de líderes como un reto frente al poder machista que se había impuesto hasta convertirse en tradición.
Desde 1997 en San Jacinto, Bolívar, Rosa Quiroz se vinculó a la organización Asomudepas (Asociación Municipal para el Desarrollo Sostenible de los Pequeños Agricultores de San Jacinto), entonces grupo participativo local (GPL), cuando ya evaluaban materiales de ñame e iniciaban con la producción de abonos orgánicos. Con un hombre a la cabeza de la organización, Asomupedas legaliza su constitución en el año 2003 con Rosa en la artillería como secretaria. “La relación con los hombres de la asociación ha sido difícil desde que empecé, siempre tuve un liderazgo y trataba de hacer las cosas bien y de sacar adelante a la organización apoyando al representante legal de ese momento, pero este apoyo a veces no era bien recibido”, dice Rosa, a quien le significó un reto personal, laboral y familiar ser gestora y líder para el cambio y desarrollo de su región.
La Constitución Política de Colombia de 1991 reconoce la plena igualdad entre mujeres y hombres, así lo consagró en su artículo 43 que aclara “La mujer y el hombre tienen iguales derechos y oportunidades. La mujer no podrá ser sometida a ninguna clase de discriminación”; pero con el acceso a nuevas oportunidades de capacitación que tenía Asomudepas después de su constitución, se evidenciaron cada vez más diferencias entre hombres y mujeres. Cuando aprobaron el proyecto para el laboratorio de bajo costo, cuyo objetivo fue desarrollar e implementar con los pequeños productores un laboratorio local piloto, alimentado con materiales iniciales producidos en los laboratorios regionales, basado en técnicas in vitro eficientes y de bajo costo para la propagación local de yuca y ñame; “la organización seleccionó tres productoras para recibir las capacitaciones, entonces los hombres decían que eso no podía funcionar con mujeres a la cabeza del proceso, pero ellas atendieron muy bien el trabajo y demostraron que si tenían esa capacidad y que si podían asumir la responsabilidad para sacarlo adelante”, explica Rosa.
A partir de este momento las mujeres de Asomudepas tomaron la iniciativa para proponer y liderar procesos, asumieron el liderazgo que era exclusivamente para los hombres de la organización. “Vamos a dejarlas para ver si son capaces de hacer las cosas bien, dijeron los hombres, y ahora somos nosotras las que dirigimos”, recuerda Rosa.
Según la Comisión Interamericana de los Derechos Humanos (CIDH), el proceso dirigido hacia la igualdad entre mujeres y hombres en Colombia inició en 1932, cuando la ley 28 anuló normas del Código Civil que limitaban la capacidad de la mujer soltera y la incapacidad de la casada, concediéndole plena capacidad civil, manteniendo la noción de la sociedad conyugal, y privando al marido de la administración excluyente de los bienes de la sociedad. Casi 80 años hace que inició este proceso en Colombia, y mujeres como Rosa reconocen tener que enfrentar a sus parejas para lograr salir y trabajar como la ley lo establece. “Lo común es que la mujer consiga esposo y se dedique a las labores del hogar. Al principio tuve problemas con él, pues este trabajo requiere tiempo, requiere asistir a talleres en otras ciudades que pueden durar hasta 15 días. Entonces no podía dedicarme cien por ciento a la familia. Pero él lo ha entendido con el tiempo y me acompaña, también ha entendido que me tengo que relacionar con mucha gente, con muchos hombres, y algunas veces volvemos a discutir”, dice Rosa.
Este es el caso de varias mujeres en Asomudepas, que se enfrentan al machismo en la región y, si es de elegir, tras la reflexión han preferido continuar con el trabajo que las llena de orgullo, les permite contribuir a la estabilidad económica de sus familias, les da oportunidades para capacitarse en diferentes áreas como la organizativa, empresarial o personal y, en consecuencia, pueden ofrecer una mejor calidad de vida a los suyos. “Todo lo que uno pueda conseguir depende de cómo se han aprovechado las capacitaciones y las oportunidades. Nuestras mujeres han querido aprender y conocer todas las innovaciones que nos presentan para su bien, el bien de la organización y el de cada una de sus familias”, expresa Rosa.
Aunque no es fácil que una mujer campesina llegue a liderar este tipo de procesos de desarrollo rural, Rosa Quiroz es hoy la representante legal de Asomupedas y detrás de ella hay un equipo que lidera y dirige la organización, mujeres agricultoras que soltaron el lazo de la discriminación y se impusieron antes una mal llamada tradición. “No deja de ser complicado, pero hemos sabido hacer las cosas, ahora la organización está avanzando y eso contrarresta la cultura machista de los hombres que hacen parte de la asociación”, dice Rosa.
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Asomudepas forma parte de las organizaciones rurales que acompaña la Corporación PBA con su estrategia IRP