Nuestro día a día cambió

Imagen

Una pandemia azota nuestra especie. Coronavirus "Covid-19" es el nombre de esta terrible ola que está arrasando con nuestra salud, tranquilidad, economía y hasta estabilidad emocional.
Al principio veíamos esta problemática muy lejana, pero tardó más esta visión en generalizarse que la pandemia en llegar a nuestro territorio. Primero a la capital del país, luego a los demás departamentos, incluyendo el nuestro. Y como era de esperarse se sigue extendiendo a casi todos los municipios y probablemente a cada rincón. Con esto llegaron las medidas, impuestas por los entes gubernamentales como autoridades de prevención y control. Es aquí donde las cosas cambiaron. Calles vacías, parques solitarios, conciertos cancelados, eventos aplazados, las personas aisladas y encerradas como aves exóticas privadas de la libertad en sus jaulas. El contacto físico, las caricias y besos son ahora sinónimo de riesgo y hasta muerte. Muchos ahora nos conectamos entre sí a través de pantallas, solo nos queda el contacto virtual, aunque eso no sea suficiente. Hay desespero. Las ciudades inhalan y exhalan intranquilidad y la ansiedad se convierte en la compañera de muchos.
Por suerte, algunos contamos con la fortuna de vivir en un paraíso terrenal: el campo. Aunque sea privilegio de pocos, los campesinos tenemos la dicha de vivir en un medio amplio y rico en biodiversidad, en donde tenemos claro que de hambre no nos vamos a morir.
Es ahora cuando, como siempre, los héroes de sombrero y manos curtidas se ponen la capa. Mientras muchos pasan sus días en pijama, durmiendo o consumiendo películas, el campesino inicia sus labores desde muy temprano y, con el sudor de su frente, hace que el agro no paralice. 
Ahora he retomado mi antigua rutina, volví a este lugar maravilloso en donde los amaneceres son más cálidos y el tiempo corre más lento. Junto a mis padres hemos dedicado nuestro tiempo a sembrar alimentos como prioridad: maíz, fríjol, plátano, caña y algo más. Quise seguir su ejemplo y, con su ayuda, restauramos la huerta casera, recolectamos semillas y cada uno cultivó su propia era a su gusto. La mía es la más bonita. En ella sembré algunas hortalizas y plantas medicinales y aromáticas. Mis semillas crecieron y pronto estarán en mi mesa y en la de mis allegados, cuando les lleve. Por eso ahora es cuando más he aprendido a valorar la agricultura, y la verdad me gusta. Disfruto ver mis plantas crecer, saber que con mis manos las cultivé y que serán las que permitirán que no me vaya a la cama con el estómago vacío.
En La Argentina muchos campesinos, al igual que nosotros, han tomado conciencia de que sembrar alimento y solidaridad es ahora una prioridad.
Nuestra especie sufre, pero el planeta está tomando un respiro y un merecido descanso de este virus llamado “el hombre”. Y aunque no sabemos cuándo se acabará todo esto, ni en qué condiciones nos dejará, solo nos queda aprender las lecciones que nuestra 'pacha mama' nos está dando. Hay que valorar más al agricultor, y seguir trabajando. 
Vivo en la zona rural de La Argentina, un municipio al suroccidente del Huila. Aquí no hay aburrimiento, hay trabajo. Aquí no hay ansiedad, hay tierra por cultivar. Aquí no hay desesperación. Aquí hay campesinos con un gran espíritu, ejemplo de superación y amor por el campo.

Por: Cristina Albán

Comunicadora rural

RegionPBA