La mujer agricultora cumple un papel preponderante en materia de seguridad alimentaria, en el desarrollo familiar y en la recolección de productos, pero todavía no toma decisiones económicas y sigue siendo víctima de violencia intrafamiliar. Eso concluyeron investigadores de la Universidad Nacional de Colombia y la Universidad McGill de Canadá, con el apoyo de entidades como la ONG Fundelsurco, en un proyecto realizado en zonas productoras de papa de cinco municipios de Nariño.
El proyecto llamado SAN Nariño convocó a habitantes de poblaciones como Túquerres, Cumbal, Guachucal, Carlosama y Pasto. En cada municipio hubo un promedio de 50 personas, de las cuales un 80% pertenecía a comunidades indígenas como los Pastos y los Quillacinga.
De hecho, esta iniciativa muestra que la población nativa del departamento puede llegar a 155.000 personas, en su mayoría asentados en 67 resguardos autónomos.
Pensando en mejorar la seguridad alimentaria de estas comunidades nativas, el trabajo tiene un componente social que se encamina a empoderar a las mujeres y visibilizarlas como un eje de desarrollo de la comunidad.
“Las mujeres participan como productoras de alimentos, hacen parte del mercado natural y son responsables del estado nutricional y cuidado de las familias”, sostiene Leonor Perilla, trabajadora social de la U.N. y una miembro del proyecto.
Según la investigadora, las nativas trabajadoras de la papa cumplen un papel vital, puesto que se ocupan de los cultivos codo a codo con los hombres; sin embargo, todavía tienen una posición inferior a sus compañeros.
“La limitación está en el acceso a los recursos en términos de remuneración. De igual forma, no tienen acceso al mercado, y es el hombre quien toma la decisión en la compra de alimentos, por ejemplo. Esto, sin contar que ellas no tienen la última palabra en la casa”, asegura.
Dicha situación, de acuerdo con Perilla, también refleja el maltrato que sufren las mujeres, un tema que apenas se está empezando a plantear con ellos.
“Esta situación se mantiene todavía porque no se han dado cambios sustanciales en la cultura, particularmente en la rural, ya que viven en la pobreza y sin las condiciones adecuadas para su bienestar”, concluye.
Para transformar esto, se tienen que asumir prácticas distintas por parte de los hombres, en las que se tengan en cuenta la corresponsabilidad, la solidaridad y el respeto. “Hay que mostrar lo que las mujeres han hecho históricamente e identificar las prácticas por las cuales no se le da a las pobladoras una mayor participación”.
Entre las prácticas encontradas las Escuelas de Campo –donde el proyecto hizo sus reuniones con la comunidad– aparece la religiosidad que, según Leonor Perilla, genera dos extremos: esperanza o resignación.
“Son mujeres tímidas y muy creyentes. Por ello, lo religioso les puede generar esperanza frente a sus dificultades, al aferrarse a su creencia en Dios, y es algo que las motiva. Con respecto a la incidencia negativa, se presentan casos en los que nombrando a Dios justifican los maltratos”, explica la investigadora.
Perilla junto con otros profesionales –dirigidos por la profesora Teresa Mosquera de la U.N.– hacen parte del equipo que desarrolla el proyecto “El mejoramiento de la producción de papa como contribución a la seguridad alimentaria en las comunidades nativas en Colombia”.
El trabajo es financiado por el International Development Research Centre (IDRC) y la Canadian International Development Agency (CIDA).